La gobernabilidad y representatividad es una pareja indispensable para dimensionar el ejercicio de la política desde el Congreso, un binomio de efectos inversamente proporcionales sino se logra el equilibrio entre ambos.
Por Carlos Hakansson. 30 enero, 2020.Los resultados electorales del pasado domingo 26 de enero han dado lugar a una nueva representación congresal, tan fragmentada que será un reto para el jefe de estado establecer alianzas, pues, el gobierno carece de una bancada parlamentaria. El Congreso es una institución sustancial para realizar una democracia representativa, pero tengamos en cuenta que son los modelos bipartidistas donde mejor operan; por eso, no se puede cuestionar el Parlamentarismo inglés y el Presidencialismo estadounidense, ambos, con un legislativo compuesto por dos partidos; sin embargo, pretender un Congreso dimensionado en dos bancadas, una representando al gobierno y otra a la oposición política, carece de realidad dada la diversidad del Perú, pero tener más de cuatro bancadas tampoco favorece la gobernabilidad.
Si para el funcionamiento de una forma de gobierno nos detenemos en la representatividad sin armonizarla con la gobernabilidad, los resultados pueden ser inesperados al momento de establecer una agenda de debate compuesta por denominadores comunes entre ejecutivo y legislativo. De esta manera, la gobernabilidad y representatividad es una pareja indispensable para dimensionar el ejercicio de la política desde el Congreso, un binomio de efectos inversamente proporcionales sino se logra el equilibrio entre ambos: a mayor representatividad, menor gobernabilidad. La valla electoral promueve lo segundo, pero la sentencia del Tribunal Constitucional permite la libre creación y recomposición de las bancadas, acentuando lo primero por el débil espíritu de cuerpo dentro de cada una, en desmedro de la performance congresal.
Como no se puede pensar que oposición es obstrucción, tampoco se puede soslayar la gobernabilidad como elemento que colabora en la conformación de una representación política eficiente para realizar el trabajo parlamentario. Finalmente, el episodio de la disolución congresal no puede volver a producirse, pues se debe comprender como una disposición disuasoria que invite al diálogo y consenso.